Por esta razón desplazarse al tercer piso es mejor que al primero

La poeta palestina, Fatena Al-Gharra, فاتنة الغرّة, salió de Gaza hacia Bélgica en 2008 y regresó a la Franja el 4 de octubre, tres días antes del comienzo del genocidio.

Fatena Al-Gharra

La primera planta del hospital de desplazados

“Pensábamos que nuestra situación era la más lamentable debido a la gran cantidad de niños y familias en este piso. Pero cada vez que bajaba un piso, descubría la suerte que teníamos con nuestro alojamiento. La mayor tragedia se encuentra en el primer piso, no solo por el hacinamiento, sino también porque este se ha convertido en un refugio angosto para familias de más de diez personas, especialmente aquellas que reciben a los heridos provenientes del hospital o a los supervivientes de los bombardeos. El verdadero horror se manifiesta cuando las cenizas y el polvo cubren los rostros, asimilando terriblemente los rasgos, especialmente los de los niños.

Algunos jóvenes en el hospital me llamaban “tía” por respeto, y aunque los ignoraba un poco, no podía contener una respuesta tajante cuando se atrevían a llamarme “Hayyah”. La guerra, mi amor, me ha privado de ver Gaza como quisiera, pero no permitiré que añada a mi vida edades que no me pertenecen. Hayyah se utiliza por respeto cuando llegan a cierta edad.

Cuántas veces alguien ha gritado: ‘Este es mi nieto, tiene la misma risa’; ‘este es mi sobrino, lo reconocí por su camisa que era mía’; ‘estos son los ojos de mi hija y estas son sus uñas’. Después de una pequeña comprobación de cabello, uñas, manos y ropa, se oye un suspiro de alivio, seguido en muchos casos de un llanto o sollozo silencioso.

El sexto piso

Los habitantes del sexto piso, en proceso de construcción, viven una situación terrorífica que aniquila la fertilidad, como decimos aquí. La vida allí es la encarnación del horror, con el cielo iluminado no por estrellas ni la luna, sino por bombas de fósforo y termobáricas lanzadas como luminarias provenientes del infierno. Los residentes, en su mayoría niños y mujeres, no solo escuchan los bombardeos, sino que los ven y los huelen constantemente, día y noche. Nada les protege de resbalarse del tejado y caer al vacío, excepto unos cuantos postes de hierro. Allí duermen sobre colchones gastados, sin suntuosidad ni lujo que tengan los habitantes de los pisos inferiores. No comprendía cómo podían vivir en ese vacío, donde sus ojos se despiertan a la devastación de edificios bombardeados, casas derribadas y calles talladas por proyectiles que caen como moscas sobre Gaza. Parece que Gaza es un gran pastel, sino, ¿por qué iban a caer sobre ella todas estas moscas?

Pérdida del sentido del tiempo

Éramos unas quince mil personas en los edificios hospitalarios adyacentes, aumentando y disminuyendo según los bombardeos externos y las amenazas constantes de bombardeos internos sobre nuestras cabezas. Éramos un pequeño pueblito distribuido en pisos y edificios. Éramos extraños que se convirtieron en familiares y seres queridos. Para pasar el tiempo, todos aquí estábamos conociendo a quienes compartían características comunes y formas de vida, compañeros y amigos de personas que nunca hubiésemos pensado conocer en medio de esta devastación que ahora nos une. Eso no impide que seamos amigos de personas que no hubiéramos pensado nunca que habría un lugar que pueda unirnos.

La situación en el hospital nos puso en una misma línea recta, parados en el sentido de las agujas del reloj y todos girando con ella. Afortunadamente, nuestros vecinos eran los que vivían en nuestro barrio, Tal Al-Hawa.

No sé mucho de cada uno de ellos, pero convivir con ellos durante un mes te enseña mucho sobre la gente. Sobre todo, cuando ves a las personas como si estuvieran en casa, sin florituras ni máscaras externas que protejan de la debilidad, quebrantamiento o maldad a veces. ¿Te he contado, Lamar, que los días aquí no pasan como afuera, y que el tiempo aquí es elástico, se expande y se contrae según los acontecimientos del día? Antes pensaba que pasábamos veintitrés días en el hospital, pero fue más que eso. Entramos en el hospital el 13 de octubre y salimos el 12 de noviembre.

Ese día, tu tío Mahmoud llevó a su único hijo, Ahmed, sobre sus hombros y lo enterró bajo el bombardeo. Ahmed, que acababa de cumplir veintiún años, deseó tomar una taza de café, pero regresó con la bolsita de café en el bolsillo y una bala que le atravesó la cabeza. ¿Te conté cómo un hilo de saliva goteaba del extremo de su boca?”

Fatena Al-Gharra escribió esta carta a su sobrina el 12 de diciembre de 2023.

Traducción: Khaldun Almassri
Revisión: Silvia Rubio Taberné

Fuente: Raseef22

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